sábado, 7 de diciembre de 2019

PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO DIEZ


Como siempre ocurre, el corazón del hombre es contradictorio. Por medio de los ancianos, el pueblo pidió un rey, y aún así no todos estaban conformes con Saúl ya que, a pesar de todo, para algunos éste no reunía las espectativas de lo que ellos esperaban.

Tal vez esperaban a un hombre erudito, elocuente en la Palabra, y se encontraron que era un joven tímido, entresacado del pueblo y le menospreciaron. No les importaba la unción que había en él, sino que simplemente no era del agrado de algunos. Lo mismo sucedió con Moisés. Lo mismo seguirá sucediendo con los hombres que Dios llegue a levantar para su Obra. Nunca nadie podrá dar en el gusto a los sensuales, ni a los descomedidos impíos que creen ser la crema y nata, lo más escogido de los sabios y la erudición.

PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO NUEVE


Conforme al deseo manifestado por los hijos de Israel, el Señor les concede un rey conforme a las naciones de alrededor. Para ello llama a Saúl, un joven alto, que a los ojos de la gente común hasta el día de hoy es bien visto como líder por su apariencia, y dado que el pueblo de Israel deseaba ser  gobernado por un hombre que resaltara por las cosas físicas, a semejanza de los reyes de las demás naciones.

Cabe preguntarse, ¿ tendremos nosotros algo de estro en nuestros corazones, quer andemos tras la vista de nuestros ojos y no tras la voluntad de Dios, y los hombres que el Señor ha puesto en su divina y soberana voluntad...?


PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO OCHO


Ante el deseo del pueblo planteado ante Samuel de tener un rey sobre ellos al igual que las naciones vecinas, en abierto desmedro del gobierno teocrático del Señor, menospreciando de pasada a Samuel quien ya era avanzado en años, Samuel plantea ante el Señor la petición de los ancianos.

Los hijos de Samuel tampoco cumplían las espectativas de su padre, sino que eran hombres no solo sin vocación de servicio a Dios, sino que también, como los hijos de Elí, se habían mezclado con las costumbres del pueblo y eran impíos.

El Señor, atendiendo a su petición, les concede un rey según ellos lo anhelaban, dejando claro que aquellos no habían menospreciado a Samuel solamente, sino a Dios mismo.

PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO SIETE


Después de aquella batalla en que murieron Elí y sus hijos, los filisteos subyugaron a Israel por un lapso de veinte años, durante los cuales se hizo pesada la carga por el tributo y obviamente el abuso de los filisteos sobre un pueblo escaso en armas. Al cabo de este tiempo, Samuel hizo reunir a los hombres de guerra en Mizpa, donde el Señor tronó sobre los filisteos y otorgó una aplastante victoria paras su pueblo.

La memorable piedra de Eben Ezer celebra esta gran victoria provista por Dios, luego de un periodo humillante de servidumbre a los filisteos debido a la apostasía de los israelitas. De hecho, Samuel los insta a dejar los ídolos que ya se habían introducido en el culto diario de los israelitas. De allí el castigo generalizado sobre toda la nación estos veinte años, dado que la responsabilidad era común, ya que la apostasía de la casa de Elí había contaminado a toda la nación.

PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO SEIS


Los filisteos, llamados también "el pueblo del mar" debido a su procedencia de la civilización griega o cretense, pues se supone que procedían de las tantas islas del mar egeo (ellos no eran árabes, ni cananeos), dominaban el bronce, por lo tanto, su armamento era avanzado comparado con los israelitas a los cuales generalmente subyugaron durante el periodo de los Jueces y gran parte del reinado de Saúl, el primer rey de Israel.

Estos vivieron en la hoy llamada Franja de Gaza, con cinco ciudades estados: Gaza, Gath, Ascalón, Ecrón, y Asdod. Los actuales Palestinos son árabes, probablemente Jordanos (descendientes de Edom), y no tienen ningún parentesco ni raíces comunes con los filisteos bíblicos.                                                                                                                                                                                                    Una vez devuelta el Arca por los filisteos, los habitantes de Beth Semes miraron al interior del Arca, evidentemente tocándola, por lo que fueron muertos algunos de ellos que osaron hacerlo. De este modo, el Señor restablece el respeto del pueblo hacia el Arca del Pacto, y el temor de tocar lo santo encargado solamente a los sacerdotes consagrados para ello.

Reverente es el temor de los filisteos ante la presencia entre ellos del Arca del Pacto, esto resulta contrastante con el poco respeto de la casa de Elí hacia las cosas santas de la Casa de Dios.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO CINCO


El enemigo puede llegar a tener dominio sobre el cristiano cuando su conducta es desagradable a los ojos de Dios.

La Palabra de Dios señala que al que destruyere el Templo de Dios (el cual somos nosotros), Dios le destruirá a él.

Es entonces cuando el nombre del Dios Todopoderoso es vituperado y se generaliza con "todos" los cristianos por causa de aquellos impíos que no supieron guardar su dignidad.

Los filisteos, por otra parte, enemigos permanentes de los hebreos, y que debido a ello guardaban permanente enemistad con ellos, tampoco son tomados por inocentes, sino que deben padecer plagas a causa de poner mano en el Arca del Pacto (en nuestro caso, la Cruz de Cristo, vilipendiada y tenida en poco a causa de malos testimonios de cristianos impíos), y como expiación  deben ofrecer una valiosa ofrenda de paz.

PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO CUATRO


¡Qué terrible debe ser que las gloria del Dios de Israel sea traspasada de nosotros a causa de la desobediencia, la dejación y la impiedad...!

Es por eso que el hombre debe saber discernir claramente cuando puede estar pasando por una prueba real, o cuando sencillamente todo lo que le sucede son consecuencias de su descuido espiritual y debe enfrentar ese vacío helado que produce la certeza de que está bajo el juicio de un Dios vivo.

¿Nos hemos descuidado al extremo de no solo dar la espalda a Dios, sino que a vivir en impiedad, indiferentes al temor y la santidad que debemos a Dios, permitiendo así que la gloria del Dios Todopoderoso sea quitada de nosotros por juicio en nuestras vidas...?

Horrenda cosa es caer en las manos de un Dios vivo...

PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO 3


Una de las cosas más valoradas por el Señor en la criatura es la obediencia. Respecto a esto, recuerdo con gran simpatía las palabras recurrentes de un gran teólogo cristiano chileno, ya en los brazos de nuestro Dios, llamado Darío Salas, quien señalaba que el abecedario terrenal comenzaba con a, b, c d...; pero que el celestial comenzaba diciendo: "o, b, d,c..."

Ciertamente, el obedecer es el mejor sacrificio que el hombre puede dar a Dios.

El gran problema de Elí fué la falta de obediencia. Primero, como sacerdote él debía promover y fomentar la lectura de la ley a los levitas y, por medio de ellos, al pueblo en general.

En segundo lugar, debía enseñarla a sus hijos y, por medio de este ejemplo, debía ser influenciado también el pueblo.

Elí no sólo no lo hizo, sino que fué tan permisivo con sus hijos que llegó a pasar por alto la impiedad de ellos en el mismo servicio en la Casa de Dios, lo cual trajo consecuencias trágicas no sólo para ellos, sino que también para sí mismo debido a su responsabilidad como jefe de familia.

Esta lectura bíblica es una seria amonestación a cumplir nuestro rol de formación tanto al interior de la familia, como dentro de la congregación en la cual el Señor nos ha llamado.

Dios se puede proveer de cualquiera que haya escogido para ocupar nuestro lugar si llegamos a ser indignos de nuestro llamado, como ocurrió con Samuel, quien vino a ocupar el lugar de Elí y de sus hijos en el ministerio de la Casa de Dios.