sábado, 7 de diciembre de 2019
PRIMER LIBRO DE SAMUEL, CAPITULO 3
Una de las cosas más valoradas por el Señor en la criatura es la obediencia. Respecto a esto, recuerdo con gran simpatía las palabras recurrentes de un gran teólogo cristiano chileno, ya en los brazos de nuestro Dios, llamado Darío Salas, quien señalaba que el abecedario terrenal comenzaba con a, b, c d...; pero que el celestial comenzaba diciendo: "o, b, d,c..."
Ciertamente, el obedecer es el mejor sacrificio que el hombre puede dar a Dios.
El gran problema de Elí fué la falta de obediencia. Primero, como sacerdote él debía promover y fomentar la lectura de la ley a los levitas y, por medio de ellos, al pueblo en general.
En segundo lugar, debía enseñarla a sus hijos y, por medio de este ejemplo, debía ser influenciado también el pueblo.
Elí no sólo no lo hizo, sino que fué tan permisivo con sus hijos que llegó a pasar por alto la impiedad de ellos en el mismo servicio en la Casa de Dios, lo cual trajo consecuencias trágicas no sólo para ellos, sino que también para sí mismo debido a su responsabilidad como jefe de familia.
Esta lectura bíblica es una seria amonestación a cumplir nuestro rol de formación tanto al interior de la familia, como dentro de la congregación en la cual el Señor nos ha llamado.
Dios se puede proveer de cualquiera que haya escogido para ocupar nuestro lugar si llegamos a ser indignos de nuestro llamado, como ocurrió con Samuel, quien vino a ocupar el lugar de Elí y de sus hijos en el ministerio de la Casa de Dios.
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